¿Ven esta cicatriz al lado de mi ojo? Debo confesar que no fue un accidente de cocina como por muchos años platiqué en las cenas recurrentes con la familia Ferris; señores educados, siempre sabían qué tenedor escoger para la ensalada por más que yo intentara confundirlos con un par de cubiertos de más...
Uy, que cenas... Era horrible tener que pasar por eso cada fin de mes... que si a mí sólo se me permitía asentir y sonreír de vez en cuando, que si mis mejores vestidos eran para esos momentos, que si las finanzas, los hijos, los bailes...
Raúl y yo no tuvimos niños, decía que conmigo era suficiente y yo nunca quise contradecirlo... Cuidar a un niño no era precisamente mi mayor deseo en la vida... Lo que yo deseaba era leer, empaparme de Rimbaud, de Feuillet, de Blake... Odiaba los libros con dibujos, incluso las pinturas las aborrecía, para mí Monet no era más que un tipo que imaginaba escenas a través de un cristal sucio...
Escribir tampoco era para mí... nunca logré acomodar más de diez palabras con una rima bonita, así que dejé de intentarlo y seguí leyendo... Parecía imposible que una mente como la mía se cansara de las letras... Pero no fue así...
Hubo una noche en la que Raúl decidió llevarme al ballet... Bonitos movimientos, bonita música, pero yo añoraba el silencio... En la tercena escena no pude más y me levante de mi asiento, salí al recibidor lo más rápido que mi respiración atenuada por el apretado corsset me lo permitió... Tenía la frente sudorosa y el corazón parecía querer escapar... Raúl llegó unos minutos después preocupado y enojado porque a una señora como yo no se le permitía armar tremenda escena...
Llegamos a casa y me encerré en mi habitación sin dejar de pensar en aquel sentimiento... Esa noche después de sus gritos, pude dormir tranquila . . .
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